Alentejo
Las interminables planicies comienzan junto al Tajo. Si al norte el ritmo viene marcado por el verde de la campiña, al sur, el paisaje se combina con sol, calor y un ritmo acompasado. Es el Alentejo.
Al norte, los pastos de los esteros; en el extenso interior, la inmensa llanura, mieses ondulando al viento; en el litoral, playas salvajes de una belleza inexplorada.
La amplitud del paisaje se ve rota por alcornoques u olivos que resisten el paso del tiempo. Santarém es un mirador natural sobre la inmensidad del Tajo. Aquí y allí se yergue un recinto amurallado, como Marvão o Monsaraz, o la antigüedad de un anta que nos recuerda la magia del lugar. En los montes, casas blancas de planta baja coronan pequeñas elevaciones, los castillos evocan luchas y conquistas, y los patios y jardines son testimonio de influencias árabes, que moldearon pueblo y naturaleza.
En el Alentejo, la fuerza de la tierra marca el tiempo y ciudades como Elvas y Évora, catalogadas Patrimonio Mundial por la UNESCO, son una muestra de la tenacidad de su gente. Tal vez por eso, aquí la cultura y la espiritualidad tienen un carácter propio. También encontramos recuerdos del pasado en otras ciudades como Santarém, Portalegre y Beja, o en las antiguas juderías, especialmente en Castelo de Vide.
Photo: Aqueduto da Amoreira, Elvas
La llanura se presta para paseos a pie o en bicicleta, pero los caballos también forman parte del lugar. Podemos combinar esos paseos con la observación de aves y, en presas como la del Alqueva, con la serenidad de las aguas o con la contemplación del cielo estrellado.
Photo: Dark Sky, Portel © Miguel Claro
Pero no podemos dejar de explorar el litoral. En él, el paisaje es alto y escarpado, con pequeñas playas abrigadas entre escarpas, muchas de las cuales resultan ideales para el surf. Y también huele a campo, a las hierbas aromáticas que aderezan pescados, mariscos y otros platos regionales, que se acompañan con excelentes vinos de la región. Porque todo el Alentejo vive al ritmo de la tierra.