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Es el establecimiento cisterciense más aislado, construido en medio de un valle rodeado de cumbres montañosas, junto a la frontera con Galicia. Para llegar hasta allí, tendrá que descender unos 200m a pie, pero la magia inigualable del lugar le compensará por su esfuerzo.

Albergó una comunidad monástica desde el siglo IX, época en la que se incorporó a la Orden del Cister, en el siglo XIII, sin que se sepa a ciencia cierta si la Casa Madre era Santa María de Bouro o el Monasterio de Santa María de Oseira, situado en Galicia, cuyo blasón se ve en el portal de acceso a las dependencias monásticas. Lo que se conserva del conjunto monástico está situado junto a un arroyo.

La iglesia tiene estructura románica, aunque la cabecera ya presente algunos aspectos del arte gótico. Sobre la piedra de la fachada principal se recorta la cruz de Malta. Del claustro primitivo se conserva una parte de la arcada, y el ala adosada a la cabecera de la iglesia, que se extendia a lo largo de la orilla del río, constituía el dormitorio de los monjes. En la otra ala se distingue el espacio de la cocina y una bella chimenea. Un pequeno y apacible riachuelo pasa junto al Monasterio, haciendo de él un lugar aún más encantador.

El último monje del Cister se convirtió en párroco del pueblo de Pitões das Júnias, en 1834, fecha de la disolución de las Órdenes Religiosas en Portugal.

Como curiosidad histórica podemos mencionar que D. Pedro de Pitões, uno de los principales impulsores de la conquista de Lisboa a los moros, en el año de 1147, fue ordenado obispo de Oporto en este monasterio.