Especies raras en Madeira
Madeira, Desertas, Selvagens y Porto Santo son nombres para islas del mismo archipiélago, pero distintas entre sí. Venga a descubrir las diferencias y las especies únicas que las habitan.
En Madeira, la vegetación exuberante está, en gran parte, formada por el bosque Laurisilva, aquí presente en una extensión y estado de conservación inigualable, que la UNESCO ha incluido en la lista del Patrimonio de la Humanidad. Recorra a pie los senderos y las “levadas” y deslúmbrese con este paisaje, el mismo que maravilló a los primeros portugueses que aquí llegaron en el s. XV.
Fíjese bien en las aves. Algunas, no podrá avistarlas en ningún otro punto del globo, como la paloma torcaz, el reyezuelo de Madeira o el petrel de Madeira, que nidifica en las tierras altas junto al Pico do Areeiro. A occidente, en la Ponta do Pargo, podrá ver canarios, cernícalos vulgares y muchas aves marinas como la cagarra y el paíño de Madeira. En la zona opuesta, en el extremo este de la isla, la Ponta de São Lourenço es un punto de encuentro de charranes comunes y gaviotas. Esta península larga y estrecha, donde crecen algunas plantas endémicas ofrece bellísimas perspectivas sobre Madeira. ¡No se olvide de la cámara fotográfica!
Rodeadas por escarpas empinadas, casi inaccesibles, las Islas Desertas son el último refugio atlántico de la foca monje, la foca más rara del mundo. Para observarla dese un paseo en barco en el que talvez aviste también la pardela pequeña o la bisbita caminero, dos de las especies de aves más características de la región.
Igualmente desabitadas, las Islas Selvagens son consideradas un santuario ornitológico. La tranquilidad de estas islas ofrece condiciones ideales para el establecimiento de colonias de diversas especies de aves marinas, contándose por miles las parejas de cagarras y de paíños comunes.
Perfecta para unas vacaciones de playa, Porto Santo tiene un clima cálido y seco. La vegetación poco abundante atrae aves que no se avistan en el resto del archipiélago. Si las quiere observar, ponga rumbo al oeste y suba a las zonas montañosas, cerca del Pico de Ana Ferreira o del Cabeço das Flores. Desde ahí tendrá una vista inolvidable sobre esta isla, famosa por sus arenas doradas con una extensión de nueve kilómetros, consideradas también únicas por sus propiedades terapéuticas.